El conocimiento científico de los últimos tiempos señala que a los pocos minutos después del acto sexual un buen número de espermatozoides ya ha llegado a las trompas de Falopio, en donde se encuentra con el óvulo posibilitando la fecundación. Por lo tanto, el uso de "la píldora del día después" es claramente abortiva pues actúa contra un ser que ciertamente tiene ya el don inestimable de la vida. Por un medio artificial se interrumpe el desarrollo natural de una vida humana al evitar la anidación del óvulo fecundado en el útero materno. Este jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces y ninguna persona humana existe sin haber pasado por ese estado inicial.
Que el individuo humano gestado tenga mayor o menor valor para ser respetado y protegido según el estado de desarrollo en que se encuentre, viola un principio fundamental que anima a la sociedad cual es la protección del que está por nacer, reconocido en nuestra Constitución. Al respecto, un destacado especialista en bioética concluye diciendo "Toda discusión ética que aborde la temática del estatuto del embrión humano deberá tomar en consideración tres hechos científicamente incuestionables: a) se trata de un ser vivo; b) es biológicamente humano; y c) posee, en principio, la capacidad de dar origen a un recién nacido al que le atribuimos un derecho básico a la vida. Estros tres atributos hacen que a partir de la constitución de la célula cigoto estemos ante un proceso continuo de desarrollo de un sistema biológico que, de no mediar inconvenientes, podrá devenir en un recién nacido".
Para la Iglesia es claro que el efecto de la llamada "píldora del día después" es abortivo. Esta conclusión está avalada por la investigación acuciosa de médicos e investigadores de diversas Universidades del país y del extranjero y de destacados moralistas. De las conclusiones de esos estudios se desprende que su uso no es moralmente aceptable.
Dirigiéndose a miembros del Partido Popular Europeo, el mes de abril, el Papa Benedicto XVI les decía que, tratándose de defender y promover la dignidad de la persona, hay principios que no son negociables. Entre ellos, la protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, el reconocimiento de la estructura natural de la familia y la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.
La píldora en cuestión atenta contra esos tres principios. No sólo es anticonceptivo (lo que ya contribuye a fortalecer esa mentalidad antivida tan característica de la mentalidad hoy dominante) sino que hay razones muy fundadas de que es abortiva, lo cual hace de por sí inmoral su uso y su distribución. Atenta contra la familia, en cuanto promueve, por sí misma, la sexualidad desligada de cualquier compromiso definitivo abierto a la vida. Finalmente, en la modalidad adoptada por el Ministerio de Salud para su distribución (a niñas desde los 14 años sin intervención de sus padres) está violando el derecho natural y, en Chile, constitucional, que tienen los padres sobre la educación de sus hijos.